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COVID-19

  • Carlos Lara
  • Apr 12, 2020
  • 3 min read

Y en un suspiro mi vida cambió, el mundo dejó de ser como era y una enorme pausa se instauró en la vida de todos cuando menos nos lo esperábamos. No quiero ser poco original recurriendo al cómo me siento en esta cuarentena, muy física pero para nada emocional, ya que creo que estamos lo suficientemente cansados como para comernos un texto tedioso acerca de cómo nos sentimos al estar encerrados. Usaré un plural inclusivo para las sensaciones que creo son comunes a la mayoría, y poco a poco iré dejándome llevar por absurdas divagaciones mentales propias que probablemente ni te interesen... allá voy.

Todos sabemos que esto es una mierda, que el aburrimiento es insoportable, que echamos de menos el contacto físico y que necesitamos urgentemente de una cerveza para calmar esta ansiedad persistente y a la vez pasajera. La persona que dejé atrás el 14 de marzo ya no es la misma que esta escribiendo desde su casa en este ordenador, me he ido de la ciudad de mis sueños y he vuelto al infierno que tanto me agobia, en todos los sentidos. Llevo literalmente casi un mes con el vértigo de aquella montaña rusa de la que ya os hablaba en antiguas publicaciones, me creo bastante capaz de navegar entre estas adversidades, porque la verdad los problemas del mundo real pocas veces me dieron miedo; lo que realmente me da miedo es no saber controlar lo que siento ante dichos problemas. Matadme si creo que la desorganización de mi nuevo horario, la escasez de disciplina y el seguimiento de mis estudios me preocupan lo más mínimo; ahora mismo toda mi energía y pensamiento se centra en personas, en aquellos que hasta hace muy poco tenía al alcance y ahora no, por que sí, con casi 21 años aún no he aprendido a valerme por mi mismo emocionalmente y cada vez tengo más dudas sobre si lo podré hacer algún día. Imagino que ya estás frunciendo el ceño ante otro post pesimista sobre los problemas banales de mi existencia, pero perdóname si no tengo nada alegre sobre lo que escribir. Disfrutar de la soledad es uno de mis mayores placeres carnales; no obstante, es una soledad completamente ilusoria ya que siempre sabía que al otro lado de mi puerta estaba alguien que me esperaría para continuar una conversación acompañada de una copa de vino.

Leo esto de nuevo y me doy cuenta de que no os estoy contando nada interesante ni que no sepáis, tan sólo necesitaba desahogarme, saldría a gritar y a romper unas cuantas botellas de cristal con piedras pero corro el riesgo de que me multen, así que me tengo que conformar con soltarlo por aquí. Es agotador que tu mundo gire en torno a ciertas personas y no a ti mismo, y la verdad, esta vez desde lo más profundo, es que no se si podré mantener energía para seguir asimilando esta situación... no hablo de la cuarentena, la cual me viene importando poco, sino el no centrarme en lo que yo quiero para mi y en lo que realmente me haría feliz. Quizás debería de dejar de idealizar esa felicidad y darme cuenta de lo superficial que es tantas veces este planeta, y yo el primero.

¿No os encanta salir a mirar como se pone el sol y ver como se acaba otro día más? ¿No os da la sensación de que cada vez ese algo, ese acontecimiento que aún no sabes ni que es, está cada vez más cerca? ¿No os da placer el sentir que queda menos para un posible final a todo?

Siempre me preguntaré si el Carlos confundido que empezó todo esto en 2017 se sentiría orgulloso de lo que soy hoy en día; por que por mucho que adore cambiar de opinión y evolucionar, al final del camino, sigo siendo exactamente el mismo.

A ti, que sabes perfectamente quien eres y todo lo que significas, tu simple existencia hace que yo mismo me infravalore, nunca entenderé el porqué. Te quiero.

 
 
 

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